Los jóvenes se preparan para vivir una noche de fiesta. Esta discoteca de Wuhan, ciudad china considerada la cuna de la pandemia del coronavirus (COVID-19), simboliza ahora la libertad recuperada mientras el resto del mundo se encierra y se confina.
Un año después de ser puesta en cuarentena, el 23 de enero de 2020, esta metrópolis de 11 millones de habitantes, donde surgieron los primeros casos de COVID-19, ha dejado de ser la fantasmal ciudad que asombró entonces al resto del mundo. Y mientras gran parte del planeta impone toques de queda, confinamientos y distancia social, en Wuhan la vida nocturna está en su apogeo.
Por ejemplo, para entrar a la inmensa discoteca “Super Monkey”, ubicada en el centro de la ciudad, no es necesario estar en una lista VIP ni hay exigencias indumentarias. Pero el cubrebocas es obligatorio y los vigilantes de la entrada controlan la temperatura de los clientes: por encima de 37,3 grados, no son admitidos.
Dentro de la discoteca, la sana distancia y el cubrebocas no existen
La autoridad, sin embargo, no es respetada en todas partes. En el “Super Monkey”, aunque sea obligatorio el cubrebocas, no siempre es llevado por los clientes, que no dudan en encender un cigarrillo. Ninguna norma sobre sana distancia ha sido prescrita.
Tampoco ayuda el protocolo muy estricto aplicado en algunos locales: clientela limitada, reserva obligatoria y presentación de una aplicación con un código verde, sinónimo de buena salud, aunque no siempre sea suficiente para poder entrar.
Wuhan quedó cortada del mundo durante 76 días entre enero y abril. Tras una masiva campaña de detección en la primavera boreal, la vida normal recuperó gradualmente su curso.