El olor de los churros recién hechos es algo que ha acompañado la infancia de muchos habitantes de la Ciudad de México. Desde hace ya casi 90 años, la churrería El Moro se convirtió en un punto obligado para los capitalinos; no sólo ofrece churros y chocolate, sino que también sigue siendo testigo de la transformación de la ciudad. En Unotv.com te decimos cómo llegaron los churros a la CDMX.
¿Cómo llegaron los churros a México?
En 1933, arribó a la antigua Tenochtitlan el español Francisco Iriarte, procedente de la ciudad de Elizondo, en el Valle de El Baztán, en España.
Al llegar, notó que en la urbe mexicana de poco más de un millón y medio de habitantes no había churrerías como en España.
Decidió instalar un carrito rodante y empezar a vender esta fruta de sartén o postre, acompañado de chocolate. Los capitalinos cayeron ante el encanto del olor dulzón de los churros y desde entonces se hicieron fieles visitantes del lugar.
Como homenaje a un personaje de su pueblo, decidió nombrar a su negocio como El Moro, debido a que así se le conocía al churrero de su pueblo.
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¿Dónde se ubica la churrería El Moro?
Pronto, el carrito de El Moro se hizo popular en el Centro Histórico, como también se volvieron imprescindibles sus delicias, por lo que dos años después se estableció en el número 42 de la antigua calle de San Juan de Letrán, hoy llamada Eje Central.
El olor de los churros y el aroma del chocolate hicieron que el sitio se convirtiera en favorito de los capitalinos de todas clases sociales: por las paredes de El Moro desfilaron lo mismo artistas de la Época de Oro del cine nacional, que intelectuales, políticos y gente del pueblo.
Se dice que Mario Moreno “Cantinflas”, Adalberto Martínez “Resortes”, Germán Valdés “Tin Tan” y algunos escritores como Octavio Paz y Carlos Fuentes, entre otros famosos, degustaron de los churros y el chocolate.
Hoy, El Moro goza de cabal salud, y no sólo eso, también multiplicó sus sucursales. Lo mismo sucedió con la Ciudad de México: actualmente, es una urbe de más de 9 millones, cuyos habitantes siguen degustando de los churros, los chocolates y, ahora, hasta tortas. Porque, como dicen, el olor de la infancia y la adolescencia nunca se olvida.