Hace seis años, la ciudadanía eligió por un amplio margen a Andrés Manuel López Obrador. Desde 2018, se ha producido un cambio político muy profundo en México. El sello fundamental de estos años ha sido la destrucción y erosión de las instituciones construidas, reemplazadas por una especie de aplanadora política que, desde junio de 2024, tiene aún más poder con una mayoría que toma decisiones sin considerar los arreglos anteriores.
Este cambio político es significativo, ya que representa una alternativa al régimen pluralista de la transición mexicana, dando lugar a una nueva máquina hegemónica similar a los viejos tiempos del partido monolítico del PRI, que Mario Vargas Llosa llamó la “dictadura perfecta”. Morena, el partido gobernante, ahora monopoliza la política, ya que la mayoría de las decisiones se toman dentro de este partido, en lugar de a través de un diálogo entre partidos políticos.
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Lo que vemos hoy es diferente a lo que era el régimen anterior. Por ejemplo, el líder del partido gobernante usa una camiseta con el rostro de Andrés Manuel López Obrador, algo que no se veía ni en la época dorada del PRI. Hay una personalización de la política que no habíamos visto antes. Este liderazgo fuerte de un solo dirigente político, un caudillo, crea incertidumbre sobre el futuro después del 1 de octubre, cuando López Obrador deje el poder.
Esta situación recuerda a Hugo Chávez de Venezuela, que dejó todo el poder en manos de Nicolás Maduro, perpetuando una política de caudillismo.
No estamos viendo una restauración del PRI, sino un regreso a una política del caudillo, donde una persona está por encima de las instituciones y puede extender su influencia más allá de los términos presidenciales.
Habrá que ver cómo Claudia Sheinbaum construye su liderazgo propio y no solo uno dependiente de su vinculación con López Obrador. Este proceso comenzará a observarse en octubre, ya que, desde su victoria, no hemos visto un asentamiento de un liderazgo propio por parte de la presidenta electa.