Los sepultureros y empleados de crematorios han trabajado en jornadas extenuantes ante los altos números de fallecidos por COVID-19 que registra el país que, de acuerdo con el último corte hecho por la Secretaría de Salud el domingo 7 de junio, ascienden 13 mil 699.
Trabajadores en el cementerio municipal San Lorenzo Tezonco, en el oriente de Ciudad de México, afirman que han enterrado más cuerpos en las últimas semanas que lo que jamás habían visto antes.
Antonio García y Melvin Sanuario son dos de los encargados de hacer las fosas para dar el último adiós: ante la emergencia sanitaria por COVID-19, cavan entre 15 y 20 tumbas al día, y han enterrado a más de 500 víctimas del nuevo coronavirus.
En cada una de ellas nos demoramos más de una hora", Melvin Sanuario, sepulturero.
El trabajo en sí es física y emocionalmente agotador, aunque éste se vuelve incluso peor cuando tienen que usar trajes de plástico blanco anticontaminantes que sellan el calor y sudor cuando bajan los ataúdes y tapan las tumbas. Además, está el temor de contagiarse de COVID-19.
Entre el calor y la tierra que nos sofocan& Sepultamos los féretros aún con miedo al contagio. Tenemos familia que proteger", Antonio García, sepulturero.
Para Antonio García, su labor (la de enterrar a los muertos) es la que pasa desapercibida en medio de la emergencia sanitaria por el nuevo coronavirus, aunque sea el final de la cadena de aquellos que perdieron la batalla contra el COVID-19.
Es una labor no reconocida del panteonero. Al contrario, recibimos maltratos, somos los olvidados, los héroes anónimos. El último eslabón de esta pandemia", Antonio García, sepulturero.
Los ataúdes que transportan cuerpos que padecieron COVID-19 son fáciles de distinguir porque están envueltos en plástico transparente y son llevados a una sección especial del cementerio para entierros por el nuevo coronavirus.
Los mismos trabajadores cargan los ataúdes, un trabajo que hasta hace unos meses podían hacer los familiares o allegados, pero las reglas especiales para contener la propagación de la pandemia solo permiten que dos familiares acompañen al féretro a la tumba.
La vida y hasta la muerte cambiaron ante el coronavirus. Ahora los entierros apenas duran unos 15 minutos y al lugar sólo llegan escasos familiares. Las bandas de música que daban el último concierto a la persona quedaron atrás.
El silencio de los cementerios no es interrumpido por llantos ni murmullos de los grandes cortejos fúnebres; sólo el ruido de las palas golpeando la tierra seca, que es levantada por el viento, se puede percibir.