Pasan de las 10 de la noche, Julio entra a la casa y su esposa le pregunta dónde estaba. Nervioso, comienza a tartamudear, le asegura que salió tarde de la oficina. La mujer reconoce que hay algo en la respuesta de su marido que lo delata, lo conoce bien, está mintiendo.
Mentiras inocentes, piadosas o las que encierran alguna oscura intención, cualquiera puede llegar a omitir o modificar la verdad, pero ¿por qué mentimos?
Por conveniencia, por diplomacia, para evitar dar una explicación, las razones son diversas, sin embargo, un grupo de investigadores de la Universidad de Toronto, descubrió que la mentira es un proceso inherente al ser humano, la cual se aprende a corta edad y se va perfeccionando al crecer.
Los autores del estudio creen que la mentira muchas veces funciona como un mecanismo de defensa que ayuda a la supervivencia, aunque siempre hay un límite.
En el caso de Julio, podría tratarse de una simple omisión, pero ¿qué sucede cuando una falsedad va más allá? Un claro ejemplo es la historia de Edoardo Martins, un fotógrafo brasileño que después de sobrevivir al cáncer, decidió viajar a zonas de conflicto como Siria para captar con su lente el sufrimiento humano. Sus fotografías le dieron la vuelta al mundo y medios como la BBC, Le Monde y hasta la revista Recount publicaron su trabajo, pero todo se trataba de un engaño.
Martins no solo hurtó las imágenes, también robó la apariencia física de otra persona, mintió sobre sus credenciales y nunca estuvo presente en estos lugares.
Si bien, nadie se salva de falsear, lo que es cierto es que abusar de las mentiras se vincula con ciertos desordenes psiquiátricos, por ello los especialistas se preguntaron ¿si existía alguna diferencia entre el cerebro de un mentiroso con el de una persona honesta?
Un estudio publicado en The British Journal of Psiquiatry, reveló que el cerebro de los embusteros registraba hasta 25% más de materia blanca que el resto de las personas, por lo que estos individuos poseían una mayor facilidad cognitiva para mentir.
Según otra investigación divulgada en Nature, cuando una persona es deshonesta, se activa todo un mecanismo neuronal que apoya esta situación, es decir que mientras más se repite una mentira, el cerebro puede llegar a estimular que la farsa continúe, lo que explicaría por qué una mentira suele llevar a otra.
Lo que comienza con pequeños actos de deshonestidad pueden convertirse en transgresiones más grandes señala el estudio.
¿Cómo descubrir a un mentiroso? Esta pregunta ha llevado a decenas de científicos e investigadores a trabajar diferentes métodos para descubrir a una persona mentirosa, uno de ellos es el psicólogo Paul Ekman, quien insiste que un delator implacable de la falsedad es el cuerpo.