Desde que surgió el nuevo coronavirus en diciembre de 2019 en China, una de las profesiones más reconocidas desde esos tiempos hasta la fecha han sido todas aquellas que tienen relación con la salud humana.
Los profesionales de la salud, enfermeras, enfermeros, cirujanos, laboratorístas, y hasta personal de limpieza y mantenimiento, libran día con día una batalla contra ese virus"invisible" que ha cobrado la vida de miles de personas alrededor del mundo.
En las últimas semanas, se documentó cómo es la vida de algunos profesionales de la salud, sus experiencias, su sentir y su visión de la vida en estos tiempos, marcados por la impotencia ante la muerte de los enfermos, el miedo a contagiar a sus familiares, las decisiones difíciles por el día y las pesadillas nocturnas.
París
Desde muy temprano, Axel Hirwe comienza sus 24 horas de guardia. Con bata y cubrezapatos se dirige al servicio de cuidados intensivos. Repentinamente suena la alarma: hay un paciente en paro cardíaco. Interviene. El enfermo recupera el pulso, pero su cerebro está muy dañado. No sobrevivirá.
Desgraciadamente o afortunadamente, nos encariñamos con los pacientes. Lo hemos visto en ventilación espontánea, es decir, que respiraba por sí mismo, que podía comunicarse con nosotros. Así que hemos podido hablar con él, conocer su estilo de vida. (...) Tras un agotamiento respiratorio, tuvimos que ponerlo bajo ventilación mecánica. Después de haber conocido al paciente es muy difícil asumir que finalmente va a morir".
Hay 40 pacientes graves en esta unidad; Axel Hirwe, con sus pequeñas gafas redondas, pasa a otro caso. Hay que colocar a un hombre sobre el vientre, para mejorar su respiración. Hay cinco personas movilizadas.
Tranquilizar a los familiares, su otra labor
"Está mejor que los días anteriores, pero todavía sigue en una situación grave", dice por teléfono. "Debemos tranquilizarlos, pero no demasiado, porque siguen en un estado grave: están en cuidados intensivos, intubados. Pero a veces necesitan un poco de esperanza".
Después de la guardia, vuelta a casa, a Clichy, a unos 10 km del hospital. Axel intenta relajarse sin hablar de medicina con sus cinco compañeros de piso. Y llama a su madre. "Está muy preocupada, intento tranquilizarla", dice. Desde el otro extremo de la línea telefónica, ella le hace escuchar los aplausos al personal de salud.
Beirut
Dos ambulancias se detienen delante del servicio de urgencias por coronavirus. Alí Awerké acoge a un paciente que ha sido transportado, mientras habla con otro cerca de la puerta de entrada. "Ya voy, déjeme solo instalar a este paciente y voy a ayudarle [...] póngalo aquí en la primera sala", dice.
Es un no parar en todo el día. En la oficina de enfermería, recoge el material. "Tres tubos para los laboratorios y para hemocultivos". Se ocupa de hisopos y muestras de sangre. Responde al teléfono: "Alí, urgencias..." Atiende a un paciente: "Extienda el brazo ... extiéndalo, extiéndalo".
Alí Awerké se ofreció como voluntario para unirse al equipo de coronavirus al comienzo de la crisis.
"No tenía ropa conmigo, no tenía nada. Me uní al equipo y llamé a mi esposa para decirle: ''Me voy a quedar aquí y, desgraciadamente, no podré verte por un tiempo'". Desde entonces vive aislado en casa de sus padres en Beirut.
Esta noche es diferente: después de un test PCR (prueba de diagnóstico) se va a casa por primera vez en dos meses. Quiere "dar una sorpresa" a su familia.
El llamado a la oración que marca el final del ayuno del Ramadán suena cuando el joven llega a su pueblo natal de Es Saksakiye. El reencuentro es emotivo. Lleva un ramo de flores en la mano, besa a su esposa, su hija pequeña se echa a sus brazos. Por fin en familia. Disfrutan de la cena de ruptura del ayuno.
Estoy muy feliz, voy a dormir bajo el mismo techo que mis hijos y mi esposa. (...) He echado de menos la casa, estar sentado en el porche. Han pasado dos meses", dice.
Suecia
El servicio siempre está lleno en la unidad OMEC. Aquí es donde llegan los pacientes con dificultades respiratorias graves. El equipo es invasivo y el tratamiento, doloroso.
Esperamos que los pacientes que traemos aquí sobrevivan con el tratamiento OMEC, lo cual no pasaría con el tratamiento regular de cuidados intensivos", explica el doctor Lars Falk. Con el tratamiento convencional, morirían en 24 horas.
Hay mucha demanda y pocas plazas. A diario el doctor Falk debe tomar decisiones complejas.
Tenemos que seleccionar a los pacientes adecuados y también a las personas que quedan privadas (de este tratamiento) y son decisiones muy difíciles".
Cuando regresa a casa el doctor, con barba de dos días, se despeja un poco. "Algunos días son más agotadores que otros, pero cuando vuelves a casa, con tu familia, con tus hijos, te sientes aliviado".
Por la noche "es más fácil pensar en algunas de las decisiones que has tomado durante el día, si era correcto o no poner a ese paciente en oxigenación por membrana extracorpórea". Con el riesgo de dejar morir a otros
Brasil
Una muerte por día: es la media del Instituto de Infectología Emilio Ribas, cuya unidad de cuidados intensivos ha estado ocupada al 100% desde mediados de abril por casos graves de pacientes con el nuevo.
Como cada día, el doctor Jaques Sztajnbok está al pie del cañón. "A diario tenemos que discutir cada caso, en cada visita, y hacer pruebas para ver si lo que funciona para un paciente también funciona para otro, lo vamos viendo cada día porque no tenemos un protocolo establecido debido a que no conocíamos esta enfermedad".
Como jefe, debe "dar ejemplo". Pero está preocupado todo el tiempo. Por sus pacientes y por sus colegas, varios de los cuales han sido diagnosticados positivos, "una preocupación que nunca hemos tenido en epidemias anteriores".