Al nacer, en un barracón de Auschwitz, Angela Orosz pesaba un kilo. Estaba tan débil que no lloró; eso le salvó la vida. Ahora, con 71 años, tomará la palabra ante la justicia alemana para "mantener viva" la memoria de las víctimas del Holocausto.
"Como transcurrieron tantos años es importante que los últimos supervivientes hablen", declara desde Canadá, antes de viajar a Alemania para el juicio en Detmold contra Reinhold Hanning, de 94 años, un antiguo guardia de Auschwitz.
"Soy probablemente la más joven de ellos, pero para mí es un deber mantener viva la memoria", añadió.
Fue uno de los pocos bebés salvados del infierno de los campos de concentración. Sus padres, Tibor y Vera, unos judíos húngaros, se casaron en 1943. En abril de 1944 fueron encerrados en el gueto de Satoraljaujhely y el 22 de mayo enviados en un convoy con destino a Auschwitz-Birkenau, en aquel entonces la Polonia ocupada.
Después de tres días de viaje, el matrimonio fue declarado apto para trabajar, con lo que se libró de la muerte inmediata que esperaba a la mayoría de los deportados: 300 mil judíos húngaros murieron en menos de dos meses.