Un centenar de tiendas de campaña alineadas en el estacionamiento de una tienda de una cadena comercial forman un campamento improvisado para los desplazados por el letal incendio que azotó el norte de California.
Dustin Kimball, de 44 años, es uno de ellos. Lo perdió todo y ahora vive con cuatro familiares en una pequeña carpa, mientras trata de recuperar la rutina que le arrebató el incendio Camp, que mató a 59 personas en su paso arrollador por la ciudad de Paradise y varias comunidades vecinas.
- Como muchos que aún están digiriendo la tragedia, Kimball piensa en el día a día.
Una prioridad, por ejemplo, es pasar las noches heladas del otoño boreal en Chico. La primera fue horrible, cuenta. Medias, mantas, abrigos; nada fue suficiente. Su tía Karen Frugé (60) terminó durmiendo en su auto junto a su marido por la calefacción.
Al lado del campamento se instaló un área para distribuir comida, agua, máscaras y artículos de higiene de forma gratuita.
Hay también una pizarra blanca para que las personas anoten los nombres de los desaparecidos, que luego se sumarán a la lista oficial. Pero pasan los días y la esperanza disminuye.
Con carritos de supermercado, la gente va construyendo un nuevo guardarropas con las prendas que consigue entre pilas de camisas, pantalones, chaquetas y zapatos.
Cathryn Flores es voluntaria y va doblando la ropa que ha llegado, que es tanta se cerraron las donaciones en ese centro.
Según dice, "cientos" han acudido a esa feria. "Hay que mantenerse positivo", indica sobre el futuro en Paradise. "Va a tomar timpo pero se va a reconstruir".
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