El culto a la muerte en México data desde la época prehispánica que sentó las bases de la tradición que sigue hasta nuestros días, más viva que nunca: el 1 y 2 de noviembre, se explica por el amor que supera todo aislamiento, también el de la muerte.
El elemento más representativo de la festividad de Día de Muertos en México es el altar con sus ofrendas, una representación de nuestra visión sobre la muerte, llena de alegorías y de significados.
En los lugares donde la tradición está más arraigada, los altares comienzan a tomar forma el 28 de octubre y llegan a su máximo esplendor el día 2 de noviembre. Es común, que el primer día se prenda una veladora y se coloque una flor blanca; al siguiente día se añade otra veladora y se ofrenda un vaso de agua.
Para el día 30, se enciende una nueva veladora, se coloca otro vaso de agua y se pone un pan blanco; el día siguiente se coloca la fruta de temporada (mandarina, guayaba, naranja, manzana, tejocote).
Para el primero de noviembre, se pone la comida dulce, el chocolate, la calabaza y las flores. El día mayor, el 2, se coloca la comida preferida de los difuntos, el tequila, el mezcal y la cerveza. El elemento que no falta en ninguno de estos días es el copal encendido.
Así es como se colocan ofrendas para recordar y dar la bienvenida a aquel ser amado que sólo se nos adelantó un poco de este mundo terrenal, pero nos espera del otro lado.
Cada ofrenda es diferente y única, así como cada ser a la que es dedicada, además de colocar los elementos tradicionales como las flores, las velas, fruta; en cada altar podemos observar objetos de los difuntos, desde juguetes, botellas de alcohol hasta salsas o algún platillo gastronómico.