La fiebre del oro sigue viva en Brasil
La extracción del metal se hizo durante décadas de forma artesanal y familiar.
A sus 86 años, las rodillas de Juliana Morais da Costa dan signos de un evidente agotamiento cuando se reclina con la batea que, 60 años atrás, usaba para separar el oro que circula por el curso del Córrego Rico, en Paracatú, estado brasileño de Minas Gerais.
“Trabajé desde pequeña como garimpeira (buscadora de oro), hasta la edad de 20 años. Salía de casa a las cinco de la mañana y volvía a las cuatro de la tarde”, dice a Notimex esta mujer, mientras muestra la batea, oxidada y vetusta, que usaba para separar el precioso metal.
Juliana es memoria viva de una época que refleja la extraordinaria riqueza mineral de Paracatú: como ella, cientos o incluso miles de familias han vivido al menos desde el siglo XVIII de la explotación artesanal y semimecanizada del oro, que yace mezclado a la plata, el arsénico y otros metales pesados en la Colina de Oro.
Historiadores como Luiz Aranha Correa do Lago aseguran que “Brasil se convirtió en el siglo XVIII en el mayor productor mundial de oro, con una producción superior a la del resto de países de las Américas y también a la suma de las producciones de los otros continentes”.
Esa extracción del oro se hizo durante décadas de forma artesanal y familiar, así como con esclavos, hasta su abolición.
Posteriormente, generaciones se pasaron una tras otra las técnicas para obtener el fino polvo dorado que, en Paracatú, serviría de sustento para familias, a cambio de largas jornadas de duro trabajo y del costo ambiental de lanzar a los ríos el mercurio usado en la amalgama.
Excavadoras y camiones con ruedas de hasta 3.70 metro de altura se afanan día y noche en un espacio visual similar al de un paisaje lunar, con el objetivo de transportar la roca que se arranca de la tierra por medio de decenas de explosiones coordinadas con dinamita, que se producen a diario a las 15:00 horas.
La empresa extrae anualmente 500 mil onzas de oro, lo que en 2014 supuso una facturación de unos 650 millones de dólares, según el director general de la mina, Gilberto Azevedo.
Los lingotes de oro –celosamente guardados por un equipo de seguridad de más de 120 personas- son enviados en helicóptero a Sao Paulo para evitar el riesgo de robos en una carretera –la BR-40- que, a pesar de conectar con la capital, Brasilia, no presenta condiciones idóneas para ser una vía rápida.