Activista pide a colombianos apoyar diálogos de paz

Notimex Colombia 22-02-2015 13:03

Deseó que la guerra entre las FARC y el Ejército de Colombia termine pronto.

El caminante de la paz, el profesor Gustavo Moncayo, cuyo hijo estuvo secuestrado por las FARC durante más de 12 años, con lágrimas en los ojos pidió a los colombianos que “arropen” los diálogos de La Habana, porque “la paz es más rentable que la guerra”.

El profesor Moncayo tiene autoridad moral y reconocimiento nacional e internacional desde que decidió recorrer a pie miles y miles de kilómetros todo el territorio colombiano, desde su departamento de Nariño, en la frontera con Ecuador, para reclamar la libertad de su hijo Pablo Emilio, secuestrado por las FARC, el 21 de diciembre de 1997.

Esta manera de protestar y hacer visibles a los centenares de secuestrados por las rebeldes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) fue permanente hasta que logró la liberación de su hijo en un gesto humanitario de la guerrilla, en abril de 2010.

La gesta del profesor Moncayo hizo que los colombianos lo reconocieran como el “Caminante de la Paz” y hoy sigue recorriendo el país haciendo un ejercicio de pedagogía en foros, seminarios, concentraciones de sectores populares, a favor de la paz y en contra de la guerra.

Moncayo integra la lista de las siete millones de personas víctimas de la guerra que hay en Colombia, según registros oficiales, y aunque logró la libertad de su hijo, hoy recibe amenazas de sectores radicales que le apuestan a la guerra.

Hoy, por las circunstancias del conflicto, está separado de su esposa e hijos.

El profesor Moncayo estuvo la semana pasada en un encuentro con comunidades indígenas en el auditorio del Centro Cultural Gabriel García Márquez (CCGGM), en donde recibió el “bastón de la paz”, un espacio que aprovechó para transmitir su experiencia y subrayar el mensaje de la reconciliación.

El caminante de la paz no quiere que otros padres o madres de militares o policías reciban cartas desde las profundidades de la selva, como la que escribió su hijo Juan Pablo en abril de 2000, tres años después de su retención por parte del grupo rebelde, cuando se tomaron la base militar de Patascoy.

“Me encuentro preso, preso de la incomprensión, preso de la desidia, del odio, de la avaricia. Preso hasta del amor”, escribió desde la selva colombiana Pablo Emilio Moncayo, quien para la época del secuestro tenía 19 años y liberado cuando cumplió 31 años.

La fuerza interior, propia de los padres que buscan la libertad de sus hijos secuestrados, hizo que Moncayo iniciara el calvario más grande de su vida para luchar por la libertad de Pablo Emilio y el resto de rehenes.

“No importó el dolor de mis pies, de mis yagas, de mi sufrimiento. Allá en el asfalto quedó mi sangre, quedó mi sudor, pero hoy con orgullo puedo decir que se levantaron las banderas de la libertad y la paz”, contó Moncayo al grupo de indígenas, mientras secaba las lágrimas con sus manos.

Escuchó voces de desesperanza y de incredulidad de los indígenas con el proceso de negociaciones que avanza desde noviembre de 2012, en La Habana, entre el gobierno y las guerrillas de las FARC.

“Veo mucha desconfianza entre nosotros con la paz, pero lo que tenemos que hacer en este momento es arropar, rodear el proceso de La Habana. La mayoría de sus hijos son soldados o policías”, dijo Moncayo, mientras el auditorio lo escuchaba en silencio.

Retomó su experiencia y preguntó: “Si se rompen los diálogos en La Habana, ¿cuántos de sus hijos van a morir? ¿Cuántos serán secuestrados? ¿Cuántos años pasarán en cautiverio?”.

“¿Cuántos quedarán con mutilaciones en sus brazos o piernas? ¿Cuántas madres tendrán que enterrar a sus hijos ¿Cuántos hijos quedarán huérfanos? ¿Cuántos tendremos que ir al exilio?, por eso digo que es más rentable la paz que la guerra”, subrayó el caminante de la paz al tiempo que recibió aplausos cerrados de los indígenas.

Moncayo, con esa humildad que lo ha caracterizado en estos 18 años de lucha por la libertad, levantó sus brazos para cerrar sus reflexiones con esta frase: “Seguiré portando el bastón de la paz”.