Durante su niñez y adolescencia en su natal Ocotlán de Morelos, Oaxaca, era muy común para Eduardo Aguilar escuchar la Canción mixteca, de José López Alavez, un himno de los oaxaqueños que, entre otras cosas, dice:
Qué lejos estoy del suelo donde he nacido, inmensa nostalgia invade mi pensamiento, y al verme tan solo y triste, cual hoja al viento, quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento.
En la radio la escuchaba una y otra vez, pero nunca le dio importancia, hasta que un día la frase quisiera llorar, quisiera morir" tomó sentido en su vida y fue la inspiración para componer la pieza del mismo nombre, que obtuvo el tercer lugar en el Primer Concurso de Composición de Ensamble Impronta 2019, en Alemania.
No he tomado fragmentos de la música de Canción mixteca, pero sí un par de palabras de su letra para titular mi pieza, específicamente la frase que considero más triste. Mi intención no ha sido hacer una música sino una estela sonora que pueda incrustarse sutilmente en un espacio", dice el joven compositor zapoteca de 25 años de edad.
El recién egresado de la licenciatura en Composición de la Facultad de Música (FaM), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), relata que ha buscado construir lo que ese fragmento le provoca: una penumbra, un ambiente silencioso, donde los músicos puedan tocar con poca luz, donde una inmensa nostalgia pueda invadir el pensamiento; un frágil ámbito oscuro y vacío para llorar, para morir&
En la frontera del querer
"Quisiera llorar, quisiera morir", compuesta para cello, violín, clarinete y piano, fue seleccionada de entre 148 trabajos de diversos compositores de 26 países, sólo superada por Japón e Italia. Tendrá su estreno mundial en Budapest, Hungría, el martes 6 de agosto en un concierto del Ensemble Impronta, dirigido por Andreas Luca Beraldo y Jeanne Vogt.
El joven zapoteca expresa que trató que la música se manifestara en un límite etéreo, como si se tratara de estar escuchando pedazos amorfos de melodías, no las melodías definidas, sino sus estelas, sus ecos, algo cercano al aire.
Lo que me interesa en esta pieza es lo que está detrás del sonido; las alturas e intensidades que tocan los músicos forman el accidente que permite acceder a esa resultante ilusoria", apunta Eduardo Aguilar.
Imaginación, pensamiento y realización
Eduardo Aguilar cuenta que antes de entrar a la escuela no estaba inmerso en una práctica compositiva, pues cuando era niño lo que experimentaba era una exploración sonora de la realidad por medio de hacer sonar objetos y prolongar en el imaginario de manera simultánea lo escuchado.
En un inicio, la manera de relacionarme con los entornos y objetos era más física, como gritarle a las cúpulas de las capillas e iglesias, hablar en mangueras, arrastrar bolsas, sacudir zaguanes, meterme a cazuelas, patear tambos, hacer y aventar bolas de lodo, desmoronar adobe, subirme a los telares, sobre todo jugar con las resonancias de mi voz en los espacios grandes, y con esto me ponía a desarrollar cosas en la imaginación".
Aguilar narra que antes de los seis años de edad era más travieso con la realidad, pues le gustaba hacer sonar todo: percutir, frotar, rascar o pulsar.
Unos años después, agrega, entre los seis y los ocho años de edad, "empecé a hacer el proceso de prolongación imaginaria con los sonidos del ambiente: vientos, voces, carros, máquinas, animales o el agua yéndose por el escusado".
El joven zapoteca señala que tanto su noción musical como el de su proceso de creación no se enfocan sólo a una cuestión sonora, pues para él la creación generalmente se manifiesta de forma abstracta en el imaginario.
Considero que la creación puede ser distinta en cada persona. En mi propia experiencia concibo a la creación como algo que puede escudriñarse en tres estadios principales: imaginación, pensamiento y realización".