Holanda y Brasil, con una historia en común legendaria (Especial)
La “Naranja Mecánica” y la “verdeamarela” se podrían ver las caras en los Octavos de Final de la Copa del Mundo.
Durante la colonización de Brasil, en el auge de la comercialización del azúcar, los portugueses se vieron obligados a compartir parte del territorio que habían conquistado con la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, que encabezó una invasión de la región noreste del país. Entre 1630 y 1654, la administración de las zonas ocupadas recayó sobre un personaje que, en los libros brasileños de historia, se conoce como Maurício de Nassau: Johan Maurits en neerlandés o Johann Moritz en alemán, un noble del principado de Nassau-Siegen.
Obviamente, en una situación de incursión por la fuerza, causada por un conflicto armado, son innumerables las víctimas y los perjuicios resultantes. Sin embargo, en esos mismos registros históricos, el retrato que predomina del conde es el de un humanista, que consiguió, rodeado de artistas e intelectuales en su séquito, dejar una herencia relevante, a pesar de que su gestión únicamente durase siete años.
Los neerlandeses desarrollaron una ciudad en una zona que se corresponde con las cercanías de Recife —una de las sedes de la Copa Mundial de la FIFA Brasil 2014™—, y construyeron, por ejemplo, el primer observatorio astronómico y el primer gran puente de Latinoamérica. “El periodo de Nassau no fue necesariamente mejor para la colonización. No interfirió en la estructura del colonialismo, que son el esclavismo y las grandes propiedades. Pero dejó una herencia histórica y científica sin precedentes para la época”, dice la historiadora Adriana Lopez, autora de Guerra, azúcar y religión en el Brasil de los neerlandeses.
En el fútbol se emplean constantemente alegorías militares. Así, podemos citar una nueva contienda en la que participaron los neerlandeses, 330 años después del regreso de Nassau a Europa. Vestidos de naranja dentro de la cancha, se enfrentaron a los brasileños, entonces ya un pueblo no solo independiente, sino dominante, especialmente en lo que se refiere al fútbol. En el Mundial de 1974, el dominio de los sudamericanos sería solemnemente debilitado en un encuentro que puso fin, durante algún tiempo, al sueño del cuarto título mundial, y sirvió en cierto modo de lección para la Seleção. Y eso sería una constante en la relación entre ambas naciones.
Un hincha genial
“El sueño ha terminado, ganó el fútbol”, publicó en titulares el periódico O Estado de S.Paulo el día siguiente a la impactante derrota de Brasil por 2-0 ante una Naranja Mecánica que ratificaría su condición de revelación de aquel torneo. Es una frase corta y directa, que muestra resignación. Y que reflejaba la incapacidad de Roberto Rivelino de expresarse a la salida del Westfalenstadion, en Dortmund. “No me pregunten nada. Discúlpenme, ahora no sé qué decir”.
Fue un desenlace que no le pasaba por la cabeza a un equipo experimentado, lleno de confianza y que mantenía la base campeona de 1970. En vísperas del partido, por ejemplo, el seleccionador, Zagallo, dijo que no le preocupaban los Países Bajos, y que tenían que prepararse para una final contra Alemania. Un divertido engaño, que el innovador conjunto de Johan Cruyff enfatizaría ofreciendo un auténtico espectáculo.
Curiosamente, el capitán neerlandés era un notorio seguidor del fútbol brasileño. “Decía que teníamos una calidad impresionante, y que hacíamos cosas que los europeos no hacían. Su referencia era la gente de aquella época. El Mundial de 1970 es algo que le motiva: hablaba de Gérson, Rivelino, Tostão”, declaró el excentral Marinho Peres, compañero en el Barcelona del genial número 14, al sitio web UOL Esporte.
Cruyff se acostumbró a exigir ese nivel. Hasta el punto de que, en 2010, fue bastante crítico al ver a la Seleção llegar de nuevo a un Mundial como favorita, pero con un estilo de juego que en su opinión distaba de ser fascinante. El equipo de Dunga acabó siendo eliminado, por ironías del destino, por los propios Países Bajos.
“Miro a ese equipo y recuerdo a gente como Gérson, Tostão, Falcão, Zico o Sócrates. ¿Dónde está la magia brasileña?”, se preguntó, en una entrevista ofrecida a O Estado de S.Paulo, en Sudáfrica. “Es una pena. Tienen una de las selecciones que la gente quiere ver jugar. Pero ahora los aficionados no están disfrutando de la fantasía que crea Brasil”.
Vía Eindhoven o Barcelona
Cruyff adoptó primero como inspiración a legendarios astros brasileños, pero desde 1974 él mismo se convirtió en guía. También por su faceta de técnico de éxito, que lo llevaría a entrenar, en la década de 1990, nada menos que a O Baixinho. “El mejor futbolista que he entrenado es Romário. Se podía esperar cualquier cosa de él dentro del campo. Su técnica era algo extraordinario”, llegó a afirmar.
Ambos trabajaron juntos en el Barcelona durante un periodo hegemónico del club catalán en España, que se extendió al ámbito continental. Además, existe un vínculo interesante entre Brasil, los Países Bajos y el Barcelona, si tenemos en cuenta que también Rivaldo y Ronaldinho brillaron allí, dirigidos por otros compatriotas de Cruyff, Louis van Gaal y Frank Rijkaard, respectivamente.
El Barça fue la segunda y última escala de Romário en el fútbol europeo. Antes, jugó durante cinco años en el PSV Eindhoven, con el que hizo historia: se proclamó tres veces campeón de la Eredivisie y ganó dos copas. Las estadísticas del club muestran que anotó la increíble cifra de 165 goles en 167 partidos. “Es el jugador más interesante con el que he trabajado”, confesó Guus Hiddink, otro neerlandés que se deshace en elogios hacia el delantero centro. “Antes de los partidos importantes, cuando uno está un poco nervioso, se acercaba a mí y me decía: ‘Entrenador, tranquilo. Romário va a marcar y vamos a ganar’. Y sí que marcaba. En ocho de cada diez de aquellos partidos, marcaba el gol de la victoria”.
Años después, un nuevo fenómeno llegado de Brasil comenzaría su periplo internacional en las filas del PSV, antes de fichar por el Barcelona: Ronaldo. A todas luces, los Países Bajos eran un lugar ideal para la transición de los talentos canarinhos a Europa. “El estilo del fútbol holandés se ajusta al nuestro. A los brasileños nos viene bien”, señala el mediapunta Lucas Piazon, quien también se fogueó allí, cedido por el Chelsea al Vitesse en la temporada 2013/14. “Todos los equipos tratan de jugar el balón, crear jugadas, pasar”.
A Piazon todavía le queda toda su carrera por delante. Romário y Ronaldo abandonaron su país para convertirse en leyendas. En la forja de su mito figuran dos victorias precisamente contra los Países Bajos, en las Copas Mundiales de la FIFA de 1994 y 1998. Fueron dos duelos abiertos, equilibrados, convertidos en clásicos por mérito propio, y en los que los brasileños, liderados precisamente por sus artilleros que habían pasado por equipos neerlandeses, terminaron imponiéndose.
El vecino neerlandés
Clarence Seedorf fue una pieza importante de la generación neerlandesa que postuló su candidatura al título en los años 90, hasta toparse con Brasil. Oriundo de Surinam, antigua colonia de los Países Bajos, a un océano de distancia del Amsterdam de Cruyff, el excentrocampista, que ahora da sus primeros pasos como entrenador, también creció admirando el fútbol brasileño.
“En Surinam se sigue de cerca a la selección brasileña además de a la holandesa”, declaró a FIFA.com Seedorf, casado con una brasileña, durante su paso por el Botafogo, club con el que colgó las botas este año. “Después de ver el Mundial de 1986, mi padre tuvo que sacarme a que me diera el aire para calmarme cuando Brasil perdió ante Francia, porque me eché a llorar con rabia: aquel era el último torneo de Zico. El fútbol para mí era aquello”.
En su etapa en Brasil, que linda al norte con su tierra natal, Seedorf también se entusiasmó con la forma en que se respira el deporte. “El hecho es que los mejores futbolistas han salido de aquí. Creo que hay pocos países en los que se ve a tanta gente por la calle vestida con camisetas de fútbol. Cualquier persona de cualquier condición social siente el orgullo de lucir la camiseta de su club”.
Rodeado de ese ambiente festivo, el veterano jugador se consolidó como un ídolo del Botafogo. Entre bastidores, más discretamente, también ayudaba en la formación de las promesas del equipo, prodigándose en consejos hacia ellos. “En el vestuario, en el gimnasio, durante los viajes, después de los entrenamientos... Todos los días”, apuntó.
Así, estamos ante otro caso de un neerlandés admirador del fútbol de Brasil y que pasó a convertirse en mentor de brasileños. Parece tratarse de la prolongación de un ciclo que engloba a dos países reconocidos como custodios de un fútbol, en palabras de Cruyff, mágico.
Ahora, con otro Mundial a la vuelta de la esquina, es hora de que un nuevo contingente neerlandés regrese a Brasil. Después del sorteo de la fase de grupos del certamen, en Costa do Sauípe, en el noreste de Brasil, han aumentado las posibilidades de que volvamos a asistir a un duelo entre los dos países. Quien supere el Grupo A, el de la Seleção, se cruzará en octavos con un representante del Grupo B, el de la Naranja Mecánica. En caso de que se repita el clásico, los hinchas del mundo pueden prepararse: asistiríamos sin duda a una lección magistral por ambas partes.