Brasil 1950, la “garra” charrúa silencia al Maracaná
A lo largo de la historia de los mundiales de futbol se han escrito historias de las llamadas “Cenicientas” del futbol.
A lo largo de la historia de los mundiales de futbol se han escrito historias de las llamadas “Cenicientas” del futbol, pero ninguna ha sido tan increíble y a su vez tan dramática y devastadora para un país como la historia que se escribió entre las selecciones de Brasil y Uruguay en el campeonato del Mundo de 1950.
Durante la II Guerra Mundial, el Vicepresidente de la FIFA, el italiano Ottorino Barassi, escondió el trofeo de la Copa Mundial de la FIFA en una caja de zapatos debajo de la cama y así evitó que cayera en manos del ejército de ocupación.
La fase de clasificación se convirtió en una especie de farsa, en la que se retiraban equipos que ya habían conseguido clasificarse, y equipos que ya habían quedado eliminados recibían ofertas de plazas para la final. La India se retiró de la competición porque la FIFA no permitió que el equipo jugara descalzo. Así las cosas, sólo trece selecciones participaron en la fase final. La Copa Mundial de la FIFA volvió a celebrarse y Uruguay se alzó con la victoria en "la final que no fue una final".
Sin embargo, antes de que ésta tuviera lugar, Estados Unidos venció a Inglaterra por 1-0 en Belo Horizonte y la selección no profesional de Suecia se impuso a Italia por 3-2 en Sao Paulo.
La competición se organizó en forma de liguilla, y Brasil, España, Suecia y Uruguay quedaron como últimos contendientes al título.
La historia del Maracanazo
Después de una fácil victoria frente a México (4-0), la selección brasileña, ante la sorpresa de todo el mundo, empató (2-2) con Suiza. Yugoslavia, que había ganado los dos primeros encuentros disputados, sólo necesitaba empatar con Brasil para pasar a la siguiente ronda.
Pero, ante los 150.000 enfervorizados hinchas que ocupaban el estadio de Maracaná, Brasil se alzó con la victoria (2-0). Así fue como Brasil se clasificó, junto a otras tres selecciones (España, Uruguay y Suecia), no para las semifinales, sino para una serie de partidos de todos contra todos, en los que la gran sorpresa fue la ausencia de Inglaterra e Italia.
Tras una semana de descanso, la selección brasileña salió a por todas. Primero aplastó a Suecia (7-1) y después a España (6-1). A nadie le cupo la menor duda de que Brasil estaba en racha y de que esos impresionantes resultados iban a repetirse en el encuentro contra Uruguay, una selección que, tras haber empatado con España, contaba con sólo tres puntos en su haber. De manera que Brasil sólo necesitaba un empate para proclamarse campeona del mundo.
En un estadio lleno hasta la bandera, Brasil inauguró el marcador a los pocos minutos de la segunda parte, pero el equipo no parecía muy suelto y en ningún momento hizo alarde de su característico fútbol samba.
Los uruguayos igualaron el marcador y, lejos de sentirse acobardados por la hinchada brasileña, cuando sólo faltaban once minutos para el final del encuentro, marcaron el gol de la victoria. Brasil había perdido "su" Copa Mundial. En cuestión de segundos, toda la nación quedó desconsolada.
Tanto fue así que incluso las autoridades brasileñas se olvidaron de entregarle la Copa, símbolo de su victoria, a la selección uruguaya y le tocó al mismísimo Jules Rimet bajar al terreno de juego en busca del capitán de Uruguay para proceder a la ceremonia de entrega. Ni siquiera la certeza de que la "Taça de Mondo" había resultado un tremendo éxito económico y deportivo pudo consolar a Brasil. El fútbol había entrado en una nueva era.
Ecos del Maracanazo
Jules Rimet deambulaba por el campo, perdido, abrazado a la copa que llevaba su nombre:
“Me encontré sólo, con la copa en mis brazos y sin saber qué hacer. Terminé por descubrir al capitán uruguayo, Obdulio Varela, y se la entregué casi a escondidas. Le estreché la mano sin decir ni una palabra”.
En el bolsillo, Rimet tenía el discurso que había escrito en homenaje al campeón brasileño. Uruguay se había impuesto limpiamente: la selección uruguaya cometió once faltas y la brasileña, 21.
Roque Máspoli, portero uruguayo contó: “Llegamos al Maracaná al mediodía. Y nos habían acercado unos colchones para descansar hasta la hora del partido. Pero el estadio no estaba totalmente terminado, y por algunos huecos en las paredes del vestuario nos molestaban tirando petardos. Parecía que era la guerra y nosotros esquivábamos las granadas”.
Por otra parte los dirigentes uruguayos les pidieron a los jugadores que trataran de no pasar vergüenza.
“Guante blanco ya estamos cumplidos con haber llegado y poder jugar la final”, y “Traten de no comerse seis, con cuatro estamos cumplidos”.
Schubert Gambetta respondió: “Los de afuera son de palo” y el mediocampista Obdulio Varela le dijo a los dirigentes: “Hechos un carajo, hechos solamente si ganamos...si entramos vencidos es mejor ni salir al campo de juego, no vamos a perder ese partido, y si lo hacemos no será por cuatro goles”.
Los jugadores de la leyenda de Uruguay:
Anibal Paz Arquero
Roque Maspoli Arquero
William Martínez Defensor
Matías González Defensor
Héctor Vilches Defensor
Schubert Gambetta Defensor
Eusebio Tejera Defensor
Carlos Romero Mediocampista
Obdulio Varela Mediocampista
Rodolfo Pini Mediocampista
Víctor Rodríguez Andrade Mediocampista
Washington Ortuno Mediocampista
Juan Carlos González Mediocampista
Ruben Moran Delantero
Ernesto Vidal Delantero
Juan Burgueno Delantero
Juan Schiaffino Delantero
Alcides Ghiggia Delantero
Luis Rijo Delantero
Oscar Miguez Delantero
Julio Pérez Delantero
Julio Cesar Britos Delantero
Entrenador: Juan López