En este Día Internacional de la Solidaridad, te presentamos un capítulo poco conocido de la Segunda Guerra Mundial, en el que este diplomático mexicano utilizó su posición para salvar a miles de perseguidos por los nazis. Conoce a Gilberto Bosques Saldívar, el llamado “Schindler mexicano”.
Los dos castillos mexicanos
A finales de la década de los 40, el entonces cónsul general de México en París, Gilberto Bosques Saldívar –un poblano nacido Chiautla, de 48 años de edad; casado y padre de tres hijos– rentó dos castillos, uno en la ciudad de Vichy, a 312 kilómetros al sur de París, donde trabajaban 800 refugiados, en su mayoría republicanos españoles en espera de salir hacia México; en el otro castillo, el de Montgrand, Gilberto Bosques asilaba a más de 500 niños y mujeres, generalmente rescatados de campos de concentración, quienes estaban al cuidado de médicos y pediatras y mucho mejor alimentados que la mayoría de los franceses.
En los castillos, mientras tropas nazis ocupaban y destruían otras ciudades europeas, “se respira esperanza, tranquilidad y optimismo”, relata Gilberto Bosques en sus memorias. A la par, el cónsul mexicano instaló una oficina jurídica para defender a quienes el Gobierno español solicitaba extraditar; más tarde abrió una especie de agencia de colocaciones para evitar que los españoles fueran objeto de trabajos forzados en Francia y Alemania, y logró que las autoridades francesas los reconocieran como obreros calificados.
A la mexicana
Cuando algún fugitivo del franquismo caía preso, los diplomáticos mexicanos bajo el mando de Bosques hacían de detectives para ubicarlo, gestionar su liberación y darle visas y salvoconductos para que pudiera escapar (a veces, “a la mexicana”, sobornaban a los celadores franceses para que liberaran a quienes los alemanes consideraban de “alta peligrosidad”).
Muchas veces, cual polleros, los diplomáticos mexicanos “pastoreaban” a los puertos de Marsella o Casablanca con grupitos de tránsfugas, muchas veces ilegales, con destino a México, Estados Unidos o el Caribe. Para evitar que los alemanes o los franceses los detuvieran en el último momento por falta de documentos (las fotografías eran el principal problema), Bosques ordenó establecer un gabinete fotográfico en el consulado.
Ayuda a españoles y judíos
Especial atención recibían los niños sin hogar durante el invierno: muchos se fugaban de los campos de concentración y, abandonados a su suerte, morían congelados. Para darles abrigo, Bosques abrió una casa de recuperación en los Pirineos, donde los infantes eran atendidos por personal médico que era pagado por el consulado mexicano.
La protección de México a los refugiados españoles se extendió a todos los refugiados antinazis y antifascistas que se encontraran en Francia, y pronto los diplomáticos mexicanos y sus sedes fueron objeto de estricta vigilancia por parte de la policía de Vichy, en coordinación con la Gestapo, y algunos agentes españoles que vigilaban el paso de los españoles hacia México.
Para sortear el asedio y la vigilancia, la legación mexicana contó con el apoyo de patriotas franceses que proporcionaban información para prevenir cuando veían espías japoneses, polizontes de Franco o de la Gestapo y agentes de la policía de Vichy. Algunos otros ayudaban con aceite y harina.
Bosques también auxilió a los judíos de Francia, porque según el cónsul “el drama estaba allí y había que ayudar a esa gente”.
El “Schindler mexicano”
Según el historiador Friedrich Katz –autor de una extensa biografía de Pancho Villa–, los nazis permitieron la salida de tantos “enemigos” rumbo a México porque años antes hicieron un pacto con Lázaro Cárdenas para intercambiar productos industriales por petróleo. El entonces presidente (1934-40) aceptó, pues tras la expropiación petrolera, Francia e Inglaterra habían orquestado un boicot comercial mundial contra México, pero puso condiciones: los alemanes liberarían a los exiliados españoles presos en Francia, además de antinazis de otras nacionalidades.
El Gobierno de Hitler accedió y los colaboracionistas franceses, previo visto bueno de Berlín, dejaron así salir a muchos, como la familia del propio Katz (de origen austríaco), llegada a América cuando el futuro historiador tenía 13 años de edad: “Gilberto Bosques es un héroe anónimo, pero sus acciones equivalen a las del industrial alemán Oskar Schindler (1908-1974), que bajo las narices de los nazis salvó la vida de cientos de judíos”, enfatizó el historiador Katz.
Quemar las naves
En 1941 México rompió relaciones con el Gobierno de Vichy, y Gilberto Bosques y su equipo temieron lo peor. Para evitar represalias de los nazis, quemaron el archivo de la legación justo a tiempo: los alemanes tomaron por asalto la sede diplomática y la voltearon al revés a la caza de documentos sobre los refugiados. En la caja fuerte sólo encontraron dinero, que por supuesto decomisaron, aunque un oficial de la Gestapo firmó un recibo por él, para una futura devolución que nunca ocurrió.
Los diplomáticos y sus familias fueron presos por los alemanes y de nada valieron las protestas de Bosques ante el Gobierno colaboracionista francés, que nada podía contra sus amos. Los mexicanos no fueron recluidos en un campo de concentración, sino en un hotel prisión en la región alemana de Bad Godesberg.
Según relata Laura Bosques, hija del diplomático, los francos que llevaban no les sirvieron de gran cosa en Alemania, donde la comida era mala y reducida. Eran tratados con severidad y permanentemente vigilados. Los documentos y papeles personales de Gilberto Bosques fueron leídos y algunos retenidos por los alemanes. Los mexicanos no podían salir ni a una consulta médica sin ser escoltados por soldados, agentes de la Gestapo y un oficial.
Gilberto Bosques: calles y homenajes
En mayo de 1942, luego de que submarinos nazis hundieran los buques mexicanos Potrero del Llano y Faja de Oro, el presidente Manuel Ávila Camacho ordenó capturar a todos los italianos, alemanes y japoneses en territorio nacional y recluirlos en Perote, Veracruz. Con la mediación de Estados Unidos, los germanos fueron intercambiados con el Gobierno alemán por los mexicanos presos en Bad Godesberg. Bosques y su personal fueron así conducidos a Biarritz y luego a Lisboa, donde se hizo el trueque. Retornaron a América en el barco Gripsholm, que navegó, siempre muy iluminado, a Nueva York por una ruta trazada por los nazis. Luego viajaron a México en tren, a donde llegaron en marzo de 1944. Aunque el tren llegó con retraso de ocho horas, miles de refugiados españoles, austríacos, alemanes y franceses no se inquietaron y aguardaron pacientemente a su héroe, que según cuenta Friedrich Katz, en la estación de Buenavista fue vitoreado y paseado en hombros por la multitud. De esto también da cuenta el documental “Visa al paraíso”, de la cineasta Lilian Liberman.
Un año más tarde, Bosques fue nombrado ministro en Lisboa, donde permaneció hasta 1950; después lo fue en Suecia y Finlandia para luego pasar a Cuba, donde fue embajador hasta 1964.
Las últimas tres décadas de su vida las pasó en su casa de la Ciudad de México, traduciendo y escribiendo poesía. Murió el 4 de julio de 1995. Sus cenizas fueron depositadas en su natal Chiautla.
Los homenajes y reconocimientos para Gilberto Bosques se han multiplicado en los últimos años: por iniciativa del doctor Christian Kloyber, el Centro de Documentación de la Resistencia Austríaca logró que una calle de Viena fuera bautizada en honor al diplomático, cerca de las oficinas de ONU. Recibió el nombre de Promenade (paseo, en francés) Gilberto Bosques. Este año una escuela pública alemana (en Kreuzberg) adoptó el nombre de Gilberto Bosques. Desde 2014 se estableció el premio Franco-Alemán de Derechos Humanos Gilberto Bosques, otorgado a personas y colectivos que destacan en la difusión y defensa de los derechos humanos.
No hace mucho tiempo Google le dedicó un doodle a Gilberto Bosques por sus acciones en pro de la solidaridad.
Como señaló el doctor Kloyber, los homenajes son muy merecidos para “el mexicano que no sólo salvó muchas vidas, sino que dio una gran lección de dignidad”.