Una familia guatemalteca logró sobrevivir a un enorme alud de lodo y rocas en la región indígena maya de Quejá tras el paso de Eta por ese país.
Matilde Ical estaba preparando tortillas sobre un fuego de leña para la comida del mediodía cuando un deslizamiento del terreno arrasó la aldea indígena maya guatemalteca de Quejá, enterrando a su madre, hermanas y abuelos en un alud de lodo y roca.
Ical, de 49 años, alertó a su familia compuesta por su esposo y seis hijos pequeños.
La familia guatemalteca logró sobrevivir a una caída en un barranco, contó la mujer en Chicuz, un caserío a tres horas a pie de Quejá, donde ella y otros cientos de personas permanecen refugiados tras el paso de Eta por Guatemala.
La familia y otros damnificados permanecen en una escuela primaria tras el desastre que provocó Eta en Guatemala la semana pasada.
“Mi madre fue enterrada, junto con mis hermanas, sus maridos, toda la familia, incluso los abuelos”.
Lamentó la mujer a través de un intérprete, haciendo un recuento de los 30 familiares que no escaparon al alud, cuya profundidad llega hasta los 15 metros, según los rescatistas.
“Tenemos comida aquí, pero no puedo comer por la preocupación que tengo”.
Agregó la madre de familia, agarrando una bufanda mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
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Eta provocó severos daños en Centroamérica
Un diluvio relacionado con la tormenta Eta mató a decenas de personas y causó devastación desde Panamá hasta México la semana pasada. Pero quizás ningún lugar fue más afectado que Guatemala, donde los pueblos mayas pobres asentados precariamente en exuberantes laderas de montañas son susceptibles a deslizamientos de tierra.
Los rescatistas dicen que es posible que nunca sepan cuántas personas quedaron enterradas en el lodo en Quejá, a unos 200 kilómetros de la ciudad de Guatemala. El Gobierno ha estimado hasta 150 vidas perdidas.
Pero desafiando terrenos inestables y nuevos aludes que hicieron peligroso el trabajo de rescate, los sobrevivientes regresaron el domingo desesperados en busca de sus familias y sus escasas pertenencias: ropa, un poco de comida, su ganado.
Gracias a una pausa tras días de lluvia incesante que permitió un mayor acceso, los helicópteros entraron y salieron de la aldea y las poblaciones circundantes, trayendo suministros y recuperando al menos seis cuerpos, incluso cuando nuevos deslizamientos de tierra pusieron en peligro más vidas.
Al menos dos personas murieron cuando una avioneta que transportaba ayuda humanitaria para la zona del desastre se estrelló en Ciudad de Guatemala, mientras que otro helicóptero se vio obligado a realizar un aterrizaje de emergencia.
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Otras familias narran sus tragedias
Rolando Cal fue uno de los sobrevivientes que hicieron la traicionera caminata de regreso a Quejá, un asentamiento maya Poqomchi’ de unas 1,300 personas, en busca de alguno de sus 23 parientes perdidos en el barro cuando la ladera de la montaña se derrumbó después de días de lluvia.
“Aquí fue donde fue destruida toda mi familia y mi hogar”.
Explicó Cal, señalando un montón de escombros donde una vez estuvo su casa, un gran corte de tierra desnuda contra el exuberante paisaje y las viviendas restantes más allá.
“Ya no tengo dónde ir a vivir”.
afirmó Cal, quien entró a Quejá el domingo desde la vecina Santa Elena, donde encontró refugio. “Sin comida, en la miseria estoy”.
Cuando un helicóptero que transportaba suministros bajo la organización de un general retirado, Francisco Mus, llegó a Chicuz, los sobrevivientes apiñados en el patio de la escuela salieron corriendo, desesperados por posibles noticias de los seres queridos que se quedaron atrás.
Entre las 450 personas refugiadas en la escuela, muchas fueron salvadas por los residentes de Chicuz que arriesgaron sus propias vidas para trepar a los barrancos y arrastrar con cuerdas a las familias varadas, dijo un funcionario del pueblo, Raúl Gualín.
Manchada de barro y cargando solo ropa a cuestas, Ical detalló que estaba agradecida con el pueblo por acogerla. La superviviente también cree que ella, su esposo e hijos no regresarán a Quejá ahora, o tal vez nunca.
“Quisiéramos retornar, pero por la situación no podemos porque puede ocurrir otra tragedia”, señaló.
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