El brote del nuevo coronarivus (COVID-19) registrado en las cárceles de Tailandia ha puesto en el punto de mira el hacinamiento del sistema penal del reino, donde algunos presos tienen menos espacio para dormir que dentro de un “ataúd”.
Hasta el sábado, más de 25 mil personas han dado positivo en las cárceles, donde se anima a los presos que no pueden guardar distancias sociales a que lleven mascarillas incluso cuando duermen.
Para tratar de controlar la situación y reducir la superpoblación de las cárceles, las autoridades barajan la posibilidad de liberar a los presos enfermos antes del fin de la condena y han anunciado que consagrarán más medios para hacer más test y cuidados médicos.
La voz de los activistas
Los presos alegan que se les ha ocultado el alcance del brote. “Los presos no saben cómo protegerse a sí mismos”, dice Somyot Prueksakasemsuk, un conocido activista que estuvo detenido en aplicación de la estricta ley de lesa majestad.
Somyot fue liberado el mes pasado y que no le habían hecho pruebas de COVID-19 durante las diez semanas que permaneció detenido. No le preocupaba contraer el virus durante su encarcelación porque desconocía el nivel de riesgo.
Pero después de esto tengo mucho miedo [por los que están dentro], si estás en una cárcel estás en riesgo, es inevitable.
Declaró el activista
El brote en las cárceles de Tailandia se ha multiplicado exponencialmente desde los diez casos anunciados hace un mes, generando la preocupación de la población después de que un puñado de activistas contrajeran el COVID-19.
Entre ellos está la líder estudiantil Panusaya “Rung” Sithijirawattanakul, una de las cabecillas de las manifestaciones del año pasado pidiendo reformas políticas en el reino, y que dio positivo tras recobrar la libertad.