La explosión ocurrida en el puerto de Beirut destruyó barrios enteros de esta importante ciudad de Líbano, pero, ¿será suficiente para hacer caer a una clase política juzgada responsable de la tragedia por su corrupción y negligencia?
Los personajes que dirigen la vida política del país son los mismos que durante la mortífera guerra civil de 1975-1990 encabezaban diferentes milicias.
Numerosos libaneses les exigen rendir cuentas y quieren ver caer sus cabezas, tras la explosión del 4 de agosto que provocó 160 muertos y más de 6 mil heridos en Beirut.
Atacado desde todos los sectores, el gobierno del primer ministro Hassan Diab renunció el lunes.
¿Cuáles son los escenarios posible para la formación de un nuevo gobierno en Líbano?
Como lo demuestra la historia, formar un gobierno en el Líbano no es tarea fácil.
Oficialmente, el sistema político permite el equilibrio entre comunidades religiosas. Extraoficialmente, ha sido monopolizado durante décadas por los mismos dirigentes y partidos, adeptos a un sinfín de componendas sobre atribución de cargos y carteras, que pueden durar varios meses.
Ahora queda por ver si la amplitud de la catástrofe en Beirut los obligará a una mayor rapidez.
¿Existe una verdadera posibilidad de cambio?
La explosión del 4 de agosto tuvo su origen en el incendio de un depósito en el que se habían almacenado 2 mil 750 toneladas de nitrato de amonio desde hacía seis años. Una sustancia química peligrosa sin “medidas preventivas” admitió Diab.
Este drama ha alimentado la cólera contra la clase dominante, ya denostada el año pasado por un amplio movimiento de protesta que movilizó a miles en Líbano.
Optimista, el profesor de ciencias políticas de la Universidad Americana de Beirut, Hilal Khashan, considera que esta explosión podría “cambiar la situación”.
Como consecuencia de la ira en aumento, predijo una “nueva república” y pronosticó la emergencia de “nuevas formaciones políticas”, reivindicaciones populares que afectarían profundamente a los partidos tradicionales.
“Es casi imposible considerar e inclusive imaginar que la explosión arrastrará a la clase política del poder”.
Jeffrey G. Karam, politólogo de la Universidad Libanesa Americana de Beirut.
Para Karam, la renuncia del gobierno es una táctica destinada a “absorber una parte de la cólera y la frustración que impera en las calles”.
“La clase dominante absorberá el golpe, la cólera, la frustración (…) y prometerá soluciones a corto plazo”, advierte el politólogo.
Teme un escenario aún peor, un “gobierno de unidad nacional”, integrado por supuestos independientes y tecnócratas, pero formado por los mismos partidos.
“Sería un regreso al punto de partida”, asegura.
Antes de renunciar, el primer ministro había evocado la posibilidad de elecciones legislativas anticipadas, una de las reivindicaciones de la protesta. Pero, estas elecciones, sin una revisión de la actual ley electoral solamente mantendrían al statu quo.
“Esto permitiría a lo sumo algunos cambios en los bloques parlamentarios y en la distribución de los escaños, en lugar de una reforma absoluta de una clase política minada por la corrupción y el sectarismo”.
¿Qué rol juega la comunidad internacional?
Desde hace meses, la comunidad internacional ha endurecido su tono hacia un gobierno de Líbano que promete reformas sin jamás concretarlas.
Líbano está en medio del colapso económico, con una devaluación histórica de la divisa. Pero esta vez, Beirut no cuenta con Washington ni con los tradicionales aliados del Golfo, particularmente hostiles al movimiento pro-iraní Hezbolá.
Las autoridades están obligadas a reducir el gasto público, ampliar la recaudación de impuestos combatiendo la evasión fiscal y sanear el sector eléctrico, actualmente moribundo. Resumiendo: un verdadero abismo financiero.
En 2018, una conferencia de ayuda internacional organizada por Francia recolectó unos 11.000 millones de dólares. Pero este monto nunca fue desbloqueado ante la falta de reformas.
Una vez más, Líbano se había comprometido a concretar estos cambios antes de iniciar negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), a mediados de mayo. Tres meses después, el proceso quedó en punto muerto.
Francia y otros países se han movilizado para brindar ayuda de emergencia, pero con la condición de entregarla directamente a la población.
El gobierno “no tiene margen de maniobra (…) le será difícil evitar las reformas estructurales para recibir ayuda”, señala el politólogo Bassel Salloukh. “¿Esto va a desarraigar al sistema político? No, pero podría obligarlo a hacer concesiones que no quiere”, apostilla.
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