“Sí, soy Rubén Limardo Gascón, campeón olímpico“, dice sonriente el gran espadachín venezolano, con una mochila isotérmica en la espalda y la bicicleta a su lado, en Lodz, Polonia, donde un trabajo como repartidor de comida le ayuda a mantener a su familia.
A sus 35 años, ya clasificado para los Juegos Olímpicos de Tokio, Rubén Limardo continúa su sueño olímpico, pero, debido a la crisis en su país y a la pandemia, ha tenido que buscar una solución para proporcionar ayuda a su familia. Por ello, tras su entrenamiento diario, recorre la ciudad al servicio de una plataforma en línea.
“Si estás en Lodz, Polonia, y pides comida es posible que tu comida la entregue un campeón que decidió no rendirse jamás“, anuncia el propio deportista en su cuenta Twitter
El texto de Rubén Limardo tuvo mucho eco en los medios deportivos y entre los fans de este deportista que se convirtió en el primer esgrimista latinoamericano en ganar, en Londres en 2012, el oro olímpico desde el cubano Ramón Fonst en San Luis (Estados Unidos) en 1904, y en el primer campeón olímpico venezolano desde que 44 años antes venciera el boxeador Francisco Rodríguez.
“Los comentarios han ido en los dos sentidos, mitad y mitad”, entre los aplausos y la incomprensión, confesó Rubén Limardo entronizado recientemente en el Salón de la Fama de la Federación Internacional de Esgrima.
No es el único: otros veinte miembros de la selección nacional venezolana de esgrima comparten con él la misma vida en Lodz.
“Somos todos repartidores. Hay que ganarse el pan, y es un trabajo como otro cualquiera“, declara con humildad Rubén Limardo.
Cinco mañanas por semana, en una sala de entrenamiento en un sitio industrial casi abandonado, se oyen los ruidos del roce de las espadas de los jóvenes deportistas venezolanos, hombres y mujeres.
Sus ropas blancas de entrenamiento se mezclan con los colores amarillo-azul-rojo de su país, que dominan la sala de este antiguo taller de producción.
A la entrada, varias bicicletas y bolsas isotérmicas verdes esperan que lleguen las 13:00. En ese momento, los espadachines se duchan, comen unos bocadillos, antes de ponerse un impermeable y un gorro, para enfrentarse al frío del otoño polaco.
“Recibimos poco dinero desde Venezuela, donde hay crisis. Y la pandemia ha cambiado todo: no hay competiciones, los Juegos de Tokio han sido aplazados, los patrocinadores dicen que van a pagarnos de nuevo tras el inicio del año. Por tanto, hay que ir a buscar dinero a la calle”, concluye Rubén Limardo.
“Al final, nos podemos adaptar a este trabajo con respecto a nuestras horas de deporte, e incluso considerarlo como una prolongación del entrenamiento”, afirma, optimista.
De este modo, Limardo hace aproximadamente cincuenta kilómetros de bicicleta por día como repartidor, ganando unos 120 dólares por semana.
“Eso nos permite vivir, continuar los estudios. Nos ayudamos entre nosotros en el entrenamiento, a pagar el alquiler, cada uno trabaja para financiar a todo el grupo… Tengo a mi mujer y a mis dos hijos. Hay que comprar ropa, medicamentos”, explica en polaco, un idioma que habla con fluidez.
Rubén Limardo vive desde hace 19 años en Polonia, animado por un tío suyo que imaginó un centro para esgrimistas venezolanos en este país europeo en pleno auge económico desde la caída del comunismo y que todavía no es demasiado caro.
“Vengo de una familia que nunca fue rica y allí (en Venezuela) hay muchos niños que tienen sueños. Es por eso que he creado un proyecto desde mi fundación para ayudar a los jóvenes que quieren llegar lejos en esgrima“, cuenta Limardo.
El deportista venezolano creó un club para poder participar en torneos locales y una escuela de esgrima para niños de Lodz.
Aunque la pandemia ha puesto las cosas difíciles. “Es duro, pero continuamos trabajando. La pequeña escuela funciona también. Cada uno de nosotros, estrella o no estrella, damos cursos a los niños“, indica.