Cuando Alison dos Santos era un bebé de diez meses sufrió un accidente que le dejó terribles cicatrices debido a que aceite hirviendo le cayó en su cabeza. Ese accidente le dejó cicatrices y por eso, según sus allegados, vive con una timidez casi crónica que venció gracias al deporte para ser ahora medallista olímpico.
Alison dos Santos, de 21 años, se bañó en bronce este martes en Tokio 2020 en su primera participación en unos Juegos Olímpicos, la cúspide gloriosa para una temporada en la que, desde mayo, quebró cinco veces el récord sudamericano en los 400 metros vallas, una de las pruebas de mayor nivel del momento.
Fenómeno en alza del atletismo mundial, Alison dos Santos consolidó la fortaleza mostrada en las semifinales, en las que batió el récord sudamericano con un tiempo de 47.31 segundos, mejorando en tres centésimas su propia marca continental. Una marca que volvería a rebajar en la final a 46.72.
En la pista de la capital nipona, se abrió espacio entre pesos pesados como el noruego Karsten Warholm, que se llevó el oro olímpico batiendo de paso el récord con 45.94, el estadounidense Rai Benjamin, plata con 46.17, y el catarí Abderrahman Samba, quinto en la final.
El bronce decorando su cuello es la cereza de un pastel ya adornado con el primer puesto en los Panamericanos de Lima y el Campeonato sudamericano de 2019, además de la obtención del tercer mejor crono de la actual temporada.
Y es el premio para un hombre delgado y espigado, de dos metros de estatura, que tuvo un comienzo de vida traumático.
Un accidente doméstico marcó el camino de Alison dos Santos, oriundo de Sao Joaquim da Barra, un municipio a 318 kilómetros de Sao Paulo. Su abuela cocinaba pescado en un sartén, el bebé de diez meses movió el artefacto y el aceite hirviendo cayó sobre parte de su cabeza, brazos y pecho.
La abuela, en un intento por protegerlo, también resultó herida. Ambos estuvieron hospitalizados varios meses.
Desde entonces, para protegerse del sol u ocultar las huellas del accidente, el corredor suele usar gorras que disimulan la cicatriz en la cabeza, confundida por muchos con una alopecia precoz.
“Él era tan tímido por culpa de la quemada, que sólo salía con gorra. Se moría de vergüenza”, cuenta su primera entrenadora, Ana Fidélis, al portal UOL Esporte.
Brasil por poco pierde a una joya del atletismo por culpa de esa timidez. Alison era tan retraído, que rechazó las primeras invitaciones para saltar a la pista, pero la insistencia de un amigo de infancia terminó por acercarlo al deporte.
En su primera competencia, en el Centro Olímpico de Sao Paulo, cuando aún era un adolescente, participó con una gorra amarilla que disimulaba sus cicatrices, recuerda Fidélis.
Sus éxitos y el paso del tiempo fueron curando las heridas de un deportista que promete darle más alegrías a Brasil en una disciplina en la que hasta ahora no había alcanzado medallas.
“Yo mejoré y hoy soy Alison”, dijo sonriendo y orgulloso, sin gorra, en 2019, durante los Panamericanos, al narrar con detalle y naturalidad el accidente doméstico.
Dos años después, en Tokio, grabó su nombre en los anales de historia olímpica brasileña.