Día Internacional de la Luna: ¡celébralo con cinco cuentos fantásticos!

CUENTOS SOBRE LA LUNA
Disfruta de cinco cuentos sobre la Luna. | Foto: Dall-e.

El 20 de julio de 1969 el hombre pisó por primera vez la Luna, desde entonces cada año en la misma fecha se celebra no sólo el aniversario de la hazaña humana, sino también la existencia del satélite natural de la Tierra. Para conmemorar el Día Internacional de la Luna 2024, te presentamos cinco fantásticos cuentos sobre la Luna.

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Cinco relatos fantásticos sobre la Luna

La Luna de queso

“Érase un ratón que había escuchado decir que la Luna era de queso. Cada noche al contemplarla se le hacía agua la boca, viéndola crecer a medida que se acercaba a su fase de Luna llena. Imaginen su terror cuando la Luna comenzó a achicarse, día tras día, hasta desaparecer por completo como Luna nueva. Sus amigos ratones se retorcían de la risa, porque ellos sabían que la Luna era una torta de crema hecha por un gigante que gustaba preparar platos especiales y luego comerlos. Sólo un ratón tenía telescopio. Él sabía la verdad: la Luna era el sueño de muchos ratones que querían conocer el Universo”. 

Mirna Gennaro en “Microrelatos cósmicos” del Instituto de Astrofísica de Canarias (2021).

La Luna errante

“En un rincón del universo, lejos del resplandor del Sol y del bullicio de las estrellas, vagaba una luna solitaria. No era como las demás lunas, que orbitaban planetas con gracia y precisión. La Luna errante era libre, sin ataduras, surcando el cosmos a su antojo.

Su superficie era un tapiz de grises y plateados, salpicada de cráteres que eran como cicatrices de antiguas batallas cósmicas. En su interior, se rumoreaba que habitaban criaturas fantásticas, seres de luz y sombras que solo se revelaban a aquellos con corazones puros.

La Luna errante era una viajera incansable, un faro en la oscuridad del espacio. Había presenciado el nacimiento de estrellas y la muerte de galaxias, el surgimiento y la caída de civilizaciones. Su sabiduría era infinita, sus historias cautivadoras.

Una noche, mientras vagaba por un cielo plagado de estrellas, la Luna errante divisó un planeta azul, envuelto en una tenue atmósfera. Se sintió atraída por esa esfera vibrante, por la vida que palpitaba en su superficie.

Lentamente, descendió hacia el planeta, cautivada por la belleza de sus mares y montañas, sus bosques frondosos y desiertos áridos. Observó a las criaturas que habitaban ese mundo, tan diferentes a ella pero igualmente fascinantes.

Con el tiempo, la Luna errante se convirtió en una silenciosa guardiana del planeta azul. Desde su puesto en el cielo, vigilaba a sus habitantes, velando por su seguridad y bienestar. A veces, susurraba sus historias al viento, compartiendo su sabiduría con aquellos que tenían el corazón abierto para escuchar.

La Luna errante era un símbolo de esperanza, un recordatorio de que incluso en la inmensidad del universo, no estamos solos. Su presencia era un consuelo para las almas perdidas, una guía para aquellos que buscaban su lugar en el cosmos”

Creado con la inteligencia artificial Gemini de Google (2024)

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El lobo y la Luna

“Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, existía un bosque al que la Luna no quería iluminar y donde se escondía para que nadie la pudiese mirar. Las noches eran oscuras, pues ni siquiera las estrellas se querían asomar. Allí vivía una familia de lobos, todos blancos como la nieve, bueno, todos menos el pequeño de la camada, al que se conocía como Patas Negras, pues sus pequeñas patas eran negras como el carbón.

Patas Negras no sólo se diferenciaba de sus cuatro hermanos por sus oscuras piernas. Él era un lobo al que no le gustaba estar todo el día jugando y correteando, era un animal muy curioso, a quien no le daba miedo la oscuridad.

Una noche, en la que Patas Negras andaba investigando, le pareció ver un pequeño destello de luz sobre el oscuro lago. Alzó la vista y descubrió algo en el cielo. Como no podía verlo bien, se subió a una colina y allí comenzó a aullar.

Con tanto ruido, la Luna decidió asomarse para ver quien la intentaba llamar. Patas Negras quedó fascinado por la belleza de la Luna y con sus aullidos le regalo su eterna amistad. Y así, noche tras noche, el lobo subía a la colina para aullar a la Luna.

Las noches de Luna llena, la Luna le sonreía, para mostrar al joven lobo, lo feliz que le hacía su compañía. Todos pensaban que Patas Negras era muy raro, pues nadie entendía que se pasase toda la noche sólo, frente a la luna, aullando. Aunque nadie se quejaba de la preciosa luz que, cada noche, la Luna les regalaba. Al joven lobo no le importaba lo que los demás pensaran, la Luna era su amiga y eso era lo único que a él le importaba.

Una noche, Patas Negras no pudo ir a su cita con la Luna. Estaba un poco enfermo y su madre le dijo que debía quedarse en la madriguera, para descansar y recuperarse. La Luna, al no ver a su amigo el lobo, se puso muy triste y se cubrió de nubes.

Así, pasaron varias noches, la oscuridad volvió al bosque y los lobos no sabían porque la Luna escondida ya nunca les sonreía. Cuando Patas Negras se recuperó, volvió a subir a la colina para aullar a su buena amiga la Luna. Ésta, al darse cuenta de que el pequeño lobo había vuelto, decidió apartar a las nubes para poder ver a su amigo del alma.

Todos los lobos se dieron cuenta de que, gracias a Patas Negras, la Luna sonreía de nuevo y, con sus reflejos,  las noches ahora eran mucho más hermosas. Fue así como todas las manadas de lobos del bosque conocieron la historia de Patas Negras y cómo, con sus aullidos, se iluminaban las noches más oscuras.

Un día, alguien preguntó al joven lobo cómo consiguió que la Luna le regalase su luz. Patas Negras contestó:

– “La encontré escondida y con mucho cariño la cuidé. La aullé para que supiera que era su amigo y así, sin más, nació nuestra amistad”

Dicen que, desde los tiempos de Patas Negras, siempre se escucha a un lobo aullando a la Luna llena”.

Beatriz de las Heras García en “Cuentos y recetas” (2017)

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¿A qué sabe la Luna?

“Hacía mucho tiempo que los animales deseaban averiguar a qué sabía la Luna. ¿Sería dulce o salada? Tan solo querían probar un pedacito. Por las noches, miraban ansiosos hacia el cielo. Se estiraban e intentaban cogerla, alargando el cuello, las piernas y los brazos. Pero todo fue en vano, ni el animal más grande pudo alcanzarla.

Un buen día la pequeña tortuga decidió subir a la montaña más alta para poder tocar la Luna. Desde allí arroba, la Luna estaba más cerca; pero la tortuga no podía tocarla. Entonces llamó al elefante.

-Si te subes a mi espalda tal vez lleguemos a la Luna-

Ésta pensó que se trataba de un juego y, a medida que el elefante se acercaba, ella se alejaba un poco. Como el elefante no pudo tocar la Luna, llamó a la jirafa.

-Si te subes a mi espalda, a lo mejor la alcanzamos-

Pero al ver a la jirafa, la Luna se distanció un poco más. La jirafa estiró y estiró el cuello cuando pudo pero no sirvió de nada. Y llamó a la cebra.

-Si te subes a mi espalda, es probable que nos acerquemos más a ella-

La Luna empezaba a divertirse con aquel juego, y se alejó otro poquito. La cebra se esforzó mucho mucho, pero tampoco pudo tocar la Luna. Y llamó al león.

-Verás como lo conseguimos si te subes a mi espalda- dijo el león.

Al avistar al zorro, la Luna se alejó de nuevo. Ahora sólo faltaba un poquito de nada para tocar la Luna pero ésta se desvanecía más y más. Y el zorro llamó al mono.

-Seguro que esta vez lo logramos. ¿Anda, súbete a mi espalda!-

La Luna vio al mono y retrocedió. El mono ya podía oler la Luna pero de tocarla, ¡ni hablar! Y llamó al ratón.

-Súbete a mi espalda y tocaremos la Luna-

Ésta vio al ratón y pensó:

-Seguro que un animal tan pequeño no podrá tocarme-

Y como empezaba a aburrirse con aquel juego, la Luna se quedó justo donde estaba. Entonces el ratón subió por encima de la tortuga, del elefante, de la jirafa, de la cebra, del león, del zorro, del mono y… de un mordisco arrancó un trozo pequeño de la Luna.

Lo saboreó complacido, y después fue dándole un pedacito al mono, al zorro, al león, a la cebra, a la jirafa, al elefante y a la tortuga. Y la Luna les supo exactamente a aquello que más gustaba a cada uno de ellos.

Aquella noche, los animales durmieron muy muy juntos.

El pez que lo había visto todo, no entendía nada y dijo:

-¡Vaya, vaya! Tanto esfuerzo para llegar a esa Luna que está en el cielo. ¿Acaso no verán que aquí, en el agua, hay otra más cerca?-

Michael Greniec en Gobierno de Navarra, España (2006)

La Luna roja

Había una vez un pequeño planeta muy triste y gris. Sus habitantes no lo habían cuidado, y aunque tenían todos los inventos y naves espaciales del mundo, habían tirado tantas basuras y suciedad en el campo, que lo contaminaron todo, y ya no quedaban ni plantas ni animales.

Un día, caminando por su planeta, un niño encontró una pequeña flor roja en una cueva. Estaba muy enferma, a punto de morir, así que con mucho cuidado la recogió con su tierra y empezó a buscar un lugar donde pudiera cuidarla. Buscó y buscó por todo el planeta, pero estaba tan contaminado que no podría sobrevivir en ningún lugar. Entonces miró al cielo y vio la Luna, y pensó que aquel sería un buen lugar para cuidar la planta.

Así que el niño se puso su traje de astronauta, subió a una nave espacial, y huyó con la planta hasta la Luna. Lejos de tanta suciedad, la flor creció con los cuidados del niño, que la visitaba todos los días. Y tanto y tan bien la cuidó, que poco después germinaron más flores, y esas flores dieron lugar a otras, y en poco tiempo la Luna entera estaba cubierta de flores.

Por eso de cuando en cuando, cuando las flores del niño se abren, durante algunos minutos la Luna se tiñe de un rojo suave, y así nos recuerda que si no cuidamos la Tierra, llegará un día en que sólo haya flores en la Luna”.

Pedro Pablo Sacristán en Cuentos para dormir.
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