Un grupo de científicos detectó por primera vez la existencia de una armadura biomineral en un insecto, en una especie de hormiga cortadora de hojas y endémica de América Latina, que se protege así de los ataques de las hormigas soldado.
Este tipo de armaduras son características de los crustáceos, como las langostas, y otros animales marinos, como los erizos.
La “Acromyrmex Echinatior” es una hormiga trabajadora de rango superior que recolecta trozos de hojas frescas las cuales, una vez masticadas por las simples obreras, sirven para el cultivo de hongos, alimento de las larvas.
Pero tanto este cultivo como las larvas son blanco de otras hormigas depredadoras, como las pertenecientes a la “casta de soldados de gran tamaño” de la especie “Atta Cephalotes”, de acuerdo con un estudio publicado en la revista Nature Communications.
Aunque estas cuentan con “potentes mandíbulas enriquecidas de zinc” y miden unos 10 mm, las “Acromyrmex Echinatior”, de 6 mm, logran defenderse, explican sus autores, los microbiólogos Hongjie Li y Cameron R. Currie de la Universidad de Wisconsin-Madison.
Su cuerpo se halla “cubierto de una fina capa blanca”, compuesta de carbonato de calcio y enriquecida con magnesio, dijo Currie. Los investigadores consideran que esta armadura “mejora la robustez de su exoesqueleto”, dotado de púas.
Experimento con la armadura
Para asegurarse, los autores del estudio reprodujeron varios ejemplares de esta especie impidiendo la formación de la armadura y los confrontaron con unas “Atta Cephalotes” en “experiencias de agresión, imitando las ‘guerras de hormigas’ por un territorio”.
En este caso, “los soldados Atta las despedazan rápidamente”, informó Currie. En cambio, al repetir el mismo experimento con hormigas dotadas de armadura, su adversario sucumbe en casi todos los duelos.
Esta protección también puede ser útil frente a algunos patógenos, como las infecciones que transmiten algunos hongos. Los investigadores constataron que sin armadura, las hormigas expuestas a tales males morían al cabo de cuatro días, mientras que resistían hasta seis días con la armadura.
Los autores del estudio creen que este fenómeno podría existir también en otras especies de insectos menos conocidas.